Wordonian - 1979

Parece que estuvieramos en 1979 otra vez – Pero no se deje engañar: 2022 es una bestia diferente

Por Tom Nichols

The Atlantic

25 DE JUNIO DE 2022

Sobre el autor: Tom Nichols es redactor de The Atlantic y autor del boletín Peacefield.

La que sigue es la traducción del articulo titulado en inglés “It Feels Like 1979 Again- But don’t be fooled; 2022 is its own beast” publicado por The Atlantic. El artículo discute cómo la situación política y financiera actual de los Estados Unidos en 2022 trata de ser comparada por los republicanos con la crisis de 1979 para favorecer la votación pro-republicana con miras a las elecciones presidenciales de 2024. El autor argumenta que la situación es parecida pero no es la misma, y cómo los estadounidenses pueden cambiarla para mejor, tal y como sucedió a finales de los años 70. También trata, según la opinión del autor, sobre los peligros que encierra dicha manipulación que, a su parecer, intentan hacer los republicanos de las circunstancias actuales y generar una opinión positiva a su favor.

Las opiniones expresadas en el texto son las del autor original del artículo en inglés. Esta traducción lo único que hace es ponerlas a disposición del lector en idioma español y no reflejan ninguna posición al respecto de parte de Wordonian.


Parece que todo se desmorona. Los rusos están ocupando uno de sus estados vecinos. La crisis de política exterior está provocando aumentos en el precio del petróleo. La inflación es la peor de los últimos 40 años. El presidente demócrata actual se enfrenta a los índices de aprobación más bajos de su mandato y ha admitido abiertamente que sabe que el público está de descontento. Un virus anda suelto y está enfermando a mucha gente.

Incluso las listas de éxitos musicales son un desastre, un horrendo guiso de éxitos de música disco y de rock melódico.

Esperen. ¿Disco?

Lo siento, ¿creían que estaba hablando de 2022? En realidad, estaba recordando a 1979, el año en que cumplí 19 años y cuando la Unión Soviética ocupó Afganistán, la revolución iraní provocó otra crisis petrolera, la inflación alcanzó sus peores niveles desde la Segunda Guerra Mundial, el presidente Jimmy Carter tenía un 30% de aprobación y, sí, se desató una epidemia de gripe.

Si la música es mejor ahora que a finales de los años 70 o no, lo dejaré a su criterio. (Yo no era un fanático de las listas de éxitos en esos días, pero todavía prefiero a los Bee Gees por encima de Harry Styles).

Los paralelismos con 1979 y 1980 son evidentes mientras nos adentramos en la recta final antes de las elecciones legislativas y la carrera electoral de 2024. A los partidarios del presidente Joe Biden les preocupa que ya no esté a la altura del cargo, y que su admisión del estado de ánimo del país pueda ser su momento de “descontento”, haciéndose eco del infame discurso de Jimmy Carter de julio de 1979. (Carter nunca dijo la palabra “descontento”, pero bien podría haberlo hecho cuando culpó del mal humor de Estados Unidos a… los estadounidenses). Los republicanos están encantados con las comparaciones; el Comité Nacional Republicano está incluso difundiendo una ingeniosa imagen de parodia de Regreso al Futuro con Carter y Biden como Marty McFly y Doc Brown.

Pero las comparaciones con 1979 tienen un límite, y todos los que se entregan a este pesimismo nostálgico, especialmente los demócratas, deben salir de él antes de que se convierta en una profecía autocumplida.

En primer lugar, Biden está lidiando con el remanente de una horrible pandemia. En 1979, estábamos tratando de recuperarnos de un embargo de petróleo, no de un desastre global y del cierre de sociedades enteras. (Biden, por supuesto, también debe lidiar con las políticas totalmente incompetentes de su predecesor. Un millón de estadounidenses han muerto, y muchísimos de ellos murieron innecesariamente debido a las formas en que Donald Trump y el Partido Republicano politizaron la respuesta a la pandemia).

Y sin embargo, incluso con el reto de la recuperación pandémica, no nos enfrentamos a la “estanflación“, una palabra que regía nuestras vidas económicas hace 40 años y que ahora es un término que tengo que explicar a mis alumnos más jóvenes. La estanflación era algo que antes parecía imposible: alta inflación, bajo crecimiento y alto desempleo, todo al mismo tiempo. Esto ocurrió en los años 70, pero no está ocurriendo ahora -o al menos, no está ocurriendo todavía- y es una de las razones por las que tratar al año 2022 como si fuera 1979 no tiene mucho sentido.

Admitamos también una realidad política evidente sobre las expectativas del votante estadounidense: muchas de las personas que están hartas de la inflación en 2022 están molestas sobre todo porque, hasta hace un año, nunca la habían experimentado. Sí, ha sido un año difícil, pero en 1979 los estadounidenses estaban desesperados porque la alta inflación ya llevaba varios años. Richard Nixon, Gerald Ford y Carter se enfrentaron a ella. Lo intentamos todo, desde los controles salariales y de precios hasta el eslogan “Acabemos con la inflación ahora”, como si los consumidores pudieran unirse a la lucha llevando botones con un eslogan impreso en ellos.

Otra diferencia con respecto a los años 70 es que Estados Unidos en 2022 se enfrenta a una escasez de mano de obra, con un desempleo del 3,6%. En el verano de 1979, el desempleo estaba en el 6% y subiendo. Muchos estadounidenses consideran que las décadas de 1990 y 2000 fueron el final del gran boom manufacturero, pero esto, como he descrito ampliamente antes en otros artículos, es producto de la nostalgia de la memoria selectiva. La desindustrialización estaba muy avanzada en los años 70, y los puestos de trabajo -como recordaban todas las canciones de Bruce Springsteen de la época- nos dejaban desesperados a las puertas de las fábricas, intentando sobrevivir a la “oscuridad en las afueras de la ciudad”, tal como rezaba el título de la canción de Springsteen.

El crecimiento en 2022 es lento (y se hará más lento a medida que la Reserva Federal intente enfriar la inflación). ¿Preocupante? Mucho. Pero, ¿hemos alcanzado los niveles de deterioro que existieron en los años 70? Ni siquiera estamos cerca.

Irónicamente, el único ámbito en el que 2022 es peor que el final de los años 70 es la política exterior.

Biden se enfrenta a un reto de política exterior mucho mayor en 2022 que el que tuvo Carter en sus dos últimos años de mandato. La invasión de Afganistán en diciembre de 1979 fue un enorme error soviético, que contribuiría al fin de la U.R.S.S., pero no supuso una amenaza directa para los Estados Unidos. De hecho, la guerra soviética en Afganistán contribuyó a unir a la OTAN y a desestabilizar a la Unión Soviética, al tiempo que absorbió enormes cantidades de un esfuerzo de defensa soviético que, de otro modo, se habría dirigido a Occidente. E incluso cuando los militantes iraníes tomaron rehenes estadounidenses en la embajada de Estados Unidos en Teherán en el otoño de 1979, fue más una humillación nacional que un peligro existencial, a pesar de la tragedia de los que murieron en un intento de rescate fallido.

Biden, por el contrario, intenta mantener unida a la OTAN ante el escenario de pesadilla que temen todos los presidentes estadounidenses posteriores a la Segunda Guerra Mundial: una gran invasión rusa a Europa. Rusia está llevando a cabo salvajadas y verdaderos crímenes de guerra a pocos kilómetros de las fronteras de la OTAN, todo ello mientras Vladimir Putin blande su espada nuclear ante Occidente. Nunca pensé que preferiría los días de los grises y aburridos líderes soviéticos como Leonid Brezhnev, pero aquí estamos.

Los estadounidenses apoyan en gran medida a Ucrania, y eso es bueno. Sin embargo, muchos de ellos parecen haber olvidado que si en 1979 la Unión Soviética hubiera desplegado más de 100.000 soldados hacia su frontera oeste, amenazado las fronteras de la OTAN y elevado sus niveles de alerta nuclear, lo habríamos considerado una crisis nacional de primer orden, y habría dominado casi todo en nuestra vida política nacional. Hoy, la guerra en Ucrania ha vuelto a ser una noticia más -incluso entre quienes comprenden lo que está en juego- y los estadounidenses se centran en criticar a Joe Biden por no hacer lo suficiente o por hacer demasiado.

Es posible que esta dinámica política sea la mayor diferencia entre los años 70 y los 2020. La Guerra Fría fue aterradora, y aunque me alegro de que haya terminado, la existencia de la Unión Soviética y el conflicto existencial entre Oriente y Occidente exigían que Estados Unidos fuera un país serio capaz de tomar decisiones serias. Puede que en 1979 llevaramos puesta ropa con diseños locos (no me preguntes por el esmoquin con ribetes de terciopelo que llevé a un baile de graduación), pero, en general, seguíamos votando concienzudamente, como adultos sensatos.

Dependiendo de sus afiliaciones tribales, puede que usted no piense mucho en Jimmy Carter o Ronald Reagan, pero la contienda electoral que sostuvieron ellos en 1980 incluyó una discusión sustantiva sobre la defensa nacional entre dos hombres que habían pasado mucho tiempo pensando seriamente en el tema. De hecho, Reagan continuó con los programas de armas nucleares de Carter, como el misil MX. En aquellos días, la distancia entre un republicano y un demócrata en materia de defensa nacional se medía en pulgadas y pies, en lugar de millas.

(Los soviéticos, por su parte, no vieron casi ninguna diferencia entre Reagan y Carter. Como escribió un antiguo embajador soviético en Estados Unidos en sus memorias, ellos odiaban activamente a Carter, y suponían que Reagan, a pesar de toda su dureza, sería un negociador republicano al estilo de Nixon. No tardaron en sorprenderse, por no decir otra cosa).

La existencia de la Guerra Fría mantuvo el discurso político estadounidense dentro de unos límites sensatos. Teníamos que ser capaces de imaginar a los presidentes no sólo como políticos, sino como personas que podrían tener que abrir un maletín en medio de la noche y usar códigos secretos que abrieran las puertas del infierno. Esto indujo una cierta sobriedad incluso en los votantes más partidistas.

Todo eso ha desaparecido. En política exterior, el partido de Reagan teme ahora más a los demócratas que al Kremlin. En casa, millones de personas hablan de cosas como la secesión y la sedición con total falta de seriedad. Hombres y mujeres adultos, ciudadanos de los Estados Unidos, enarbolan banderas de batalla confederadas (en esos tradicionales bastiones rebeldes como Nueva York y Michigan) como si fueran niños pequeños desafiantes que garabatean obscenidades en una pared. Gritan “Vamos, Brandon” (un enrevesado eufemismo que significa “Que se joda Joe Biden”) como adolescentes mocosos en la sala de detención tratando de ver si pueden hacer enfadar a los profesores. Las personas con edad suficiente para cobrar la Seguridad Social conducen carros y camiones costosos cubiertos de banderas y obscenidades como si fueran su primer carro usado y acabaran de tomarse sus primeras cervezas.

Pero otros estadounidenses tampoco cumplen con su parte. Todos estamos viendo en la televisión en directo el descubrimiento de una conspiración para derrocar el orden constitucional de Estados Unidos, y sin embargo tendremos suerte si los votantes acuden en gran número a las elecciones que podrían evitar una repetición del intento de golpe. La gente que debería unirse para salvar la democracia se queja de sus préstamos estudiantiles y del precio de la gasolina. Estas quejas son, por supuesto, comprensibles. Una recesión cambiaría la vida de muchos estadounidenses a peor. Pero el fin de la democracia en Estados Unidos no es sólo una amenaza abstracta: es un peligro real.

Estamos mejor, según casi cualquier medida, en 2022 que en 1979 y 1980. (Y, sí, me doy cuenta de que muchos de ustedes están pensando en el fin de Roe como contrapunto. Yo también). Pero charlatanes como Donald Trump y las rémoras políticas republicanas que se aferran a él intentan convencernos de que estamos reviviendo una pesadilla. Es la misma alucinación que vendieron, con éxito, a millones de estadounidenses en 2016. Si consiguen que nos lo creamos una vez más, seremos cómplices de la destrucción de nuestro propio sistema de gobierno.

Es nuestra responsabilidad como ciudadanos hacer un mejor balance de nuestras prioridades y preguntarnos si la gasolina y la leche más caras son motivos para derrocar la democracia, o razones para quedarnos en casa mientras otros votan para destrozar la Constitución. Los republicanos de Trump intentarán prometer a los estadounidenses que la única forma de salir de este déjà vu de malas noticias es votar por ellos. Se equivocan. Podemos resolver todos estos problemas -como lo hicimos después de los años 70- pero sólo si seguimos existiendo como república constitucional.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.

×

 

Hello!

Click on the following contact to start chatting

× Directly contact me here
Secured By miniOrange